Pequeña luz que cuelga en la mañana,
cereza dulce, rojo reluciente,
tesoro breve, fruto transparente
que al sol madura, tímida y lozana.
En palma abierta brillas, soberana,
tu piel sedosa guarda un corazón latente,
y en un instante, al diente obediente,
se quiebra el júbilo que en ti se afana.
Tu zumo corre, fresco y perfumado,
y deja en la sonrisa su pintura,
regalo simple, puro y bien amado.
Así te guardo, joya diminuta,
que en un mordisco torna la amargura
en dulce paz que al alma se ejecuta.
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