Ojos
derramados en la devastadora crisis
empañaron
unos labios sin sonido
en
el ligero resplandor de un reflejo sin sentido.
Si
trasladas el pensamiento, percibirás la angustia
que
se oculta entre las paredes de una vivienda,
y
alberga un penoso sollozo que abraza la pobreza.
Demasiado
tarde asomé la cabeza y di un grito,
Tengo
hambre… supliqué,
¡Nadie,
respondió! ¡Nadie, me ayudó!
¿Cuántas
veces tendremos que oír el llanto de un niño, antes de extender nuestra mano?