Dirigía
su inquieta mirada hacia el crepúsculo que se filtraba a través de la ventana.
Los recuerdos de su infancia, dispersos y pesados, regresaron a su mente.
Limpió la condensación que se había formado en el cristal; la noche era fría como el hielo. Había dejado de llover y
un puñado de estrellas tempranas, se hacían visibles más allá de las nubes que descendían
cargadas de toda intención. Había
deseado tantas veces tener la mayoría de
edad; pequeñas lágrimas bajaron por su mejilla.
¿Qué
clase de vida, era la que le aguardaba? La puerta se abrió, su madre le hizo un gesto
para que le acompañase. Eloísa apagó el candil que alumbraba la estancia, cogió
su maleta y emprendió el triste calvario
que le esperaba.
Pues tú misma lo dices: un puñado de estrellas... se hacían visibles. No es, entonces, tan grande la oscuridad que una llama de candil abra su corazón. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Aurora, siempre hay una luz para una esperanza, besos.
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