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viernes, 4 de enero de 2013

Ya, no quiero ser mayor.


Dirigía su inquieta mirada hacia el crepúsculo que se filtraba a través de la ventana. Los recuerdos de su infancia, dispersos y pesados, regresaron a su mente. Limpió la condensación que se había formado en el cristal; la noche era  fría como el hielo. Había dejado de llover y un puñado de estrellas tempranas, se hacían  visibles más allá de las nubes que descendían cargadas de toda intención.  Había deseado tantas veces  tener la mayoría de edad; pequeñas lágrimas bajaron por su mejilla.

¿Qué clase de vida, era la que le aguardaba?  La puerta se abrió, su madre le hizo un gesto para que le acompañase. Eloísa apagó el candil que alumbraba la estancia, cogió su maleta  y emprendió el triste calvario que le esperaba.


2 comentarios:

  1. Pues tú misma lo dices: un puñado de estrellas... se hacían visibles. No es, entonces, tan grande la oscuridad que una llama de candil abra su corazón. Un abrazo.

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  2. Gracias Aurora, siempre hay una luz para una esperanza, besos.

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