Parece
que la destructora era en la que las mortíferas armas empuñadas por los bancos
y financieras de hoy en día, no tienen freno ni castigo.
Nuestros
carceleros llevan trajes de marca y miles de euros y nuestras cárceles tienen varios nombres adquiridos; desahucio,
deudas y desempleo. Parece una sin razón que envenena nuestro entorno.
Pero
a pesar de ser presos de una estirpe política devastadora tenemos la obligación
de resistir. Hay que plantar cara a nuestros carceleros, sacar las uñas y
dientes si es necesario. No podemos permanecer impasibles ante la destrucción
de un bienestar social que tanto nos ha costado conseguir.
Por
mucho que lo intenten, no deben lograr traspasar el caparazón que rodea el
símbolo de nuestra fortaleza; la esperanza.
Contra
todo pronóstico tenemos un compromiso con nuestros hijos, padres y abuelos;
reaccionar y contribuir a reactivar la ilusión de un mañana cargado de
esperanza que nos indique como salir de la cárcel en la que nos han encerrado.
Alzar
la voz bien alto, hasta ser escuchados y resistir, sobre todo resistir.
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