La
vida urbana despierta invadida por el continuo flujo del tráfico, el claxon de
los vehículos, el ensordecedor ruido de la mayoría de motocicletas, y la música
alta de muchos de los vehículos… uff… es agotador imaginarse el gigantesco
globo de ruidos en el cual reside la ciudad.
Suena
el despertador y ya comenzamos a sentirnos agobiados. Si pensamos sobre el
tiempo que dedicamos para nosotros mismos, durante las veinticuatro horas que
tiene el día, terminaríamos sumidos en un estado de pura consternación.
Nuestra
mente es continuamente atacada con bombardeos acústicos que alteran nuestra percepción
y estresan nuestros oídos. Hubo una época en que eran muchas las personas que
huían de los pueblos en busca de una vida mejor en la gigantesca y atrayente ciudad.
Sin
embargo ahora añoran el embriagador silencio que albergan los pueblos. La calma
de los amaneceres iluminados por la calidez de los rayos de sol, el olor de la
hogaza de pan recién hecho y el agradable griterío de los niños jugando en la
plaza del pueblo…
Sí…
¿Quién no añora, aquella paz, aquella calma matinal, aquella vida sin estrés?
Yo,
por supuesto que sí.
Nuria
de Espinosa
que recuerdos más bonitos me has traído, incluso el olor de esa hogaza de pan. Graciassssssssssssss
ResponderEliminarGracias a ti Maria, un fuerte abrazo.
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